En septiembre de 2012
comencé a correr de manera habitual, entre tres y cuatro días a la semana.
Aunque había regresado de Cuba relajada, lo hice con el objetivo de despejar la
mente y canalizar las energías negativas que me provocaba la rutina. No estaba
pasando por mi mejor momento y pensé que, volver a hacer deporte con
regularidad, me ayudaría a eliminar el estrés, prevenir la ansiedad, dormir
mejor y generar endorfinas; a ser un poco más feliz y no estar de continuo mal
humor.
El primer mes fue duro.
Si no hubiese sido por la música, me habría resultado imposible correr de 30 a 45 minutos. Pero, a
partir de noviembre, salir a correr a El Retiro o hacerlo sobre la cinta del
gimnasio se convirtió en una necesidad y también en un placer.
Paralelamente, empecé a
practicar yoga. Tras participar en la primera edición de Free Yoga by Oysho en
Madrid, me enganché por completo. Gracias a YouTube, a aomm.tv y a blogs
especializados como Vida Yogui, lo puedo hacer en casa una vez a la semana. En
2014 volví a apuntarme a la masterclass
de la Plaza Mayor y, este año, además de al evento de mi ciudad, me he
propuesto asistir al que se celebre en Milán.
El pasado mes de octubre
decidí retomar la práctica deportiva que, desde chiquitita, más me ha gustado.
Me compré un bañador, un gorro y unas gafas, y volví a tirarme a la piscina. Y
no puedo estar más contenta de haber tomado esa decisión. Nado 1.500 km a buen ritmo cuatro
días a la semana; no entiendo hacer deporte si no acabo agotada.
Es cierto que,
actualmente, corro con menos frecuencia porque prefiero el agua, pero no he
dejado de hacerlo. Además, he llenado mi casa de esterillas, mancuernas,
combas, aros, fitballs, patines, gafas
y tubos de snorkeling, revistas
especializadas, ropa deportiva... Y aunque en ella a veces reine el caos entre
tanto cachivache, yo estoy más relajada.
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